martes, 27 de abril de 2010

El dolo bueno y la política, de Bernardo Bátiz V.

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El dolo bueno y la política
Bernardo Bátiz V.
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Los buenos maestros de derecho mercantil del siglo pasado, en alguna de las clases donde nos acercaban a los orígenes del comercio moderno explicaban el tema paradójico del “dolo bueno”, tópico que en sí mismo encierra una contradicción, puesto que si algo es doloso no puede ser bueno; el dolo encierra una intención de daño y de aprovechamiento a favor propio y a costa de otro.
Los juristas, sin embargo, lo justificaban: el dolo bueno era la exageración o exaltación de los productos de los comerciantes, con objeto de lograr que los clientes les compraran. Anunciaban las mejores sedas del oriente, o los vinos de mayor calidad de tal o cual región o los más finos aceros del mundo. Ni ellos ni los clientes creían en que esas sedas o esos vinos o esas espadas tuvieran las altísimas cualidades que el vendedor les atribuía, pero si se ponían de acuerdo en precio y cosa, la transacción se llevaba a cabo y no podía nulificarse después, porque la exageración y exaltación de las cualidades de algo no llegaba a constituir un engaño al comprador; era el famoso “dolo bueno”.
El derecho ha tenido frecuentemente que intervenir para regular la exaltación de las mercadería por parte de los mercaderes; no obstante, nunca lo ha podio hacer a cabalidad: hay una zona imprecisa entre el engaño y el elogio razonable de un objeto de comercio. Lo malo del dolo bueno ha sido que las cosas se fueron llevando a un extremo tal con la publicidad moderna, que la presentación de los objetos que se compran y se venden ha llegado a ser francamente mentirosa, y para tratar de convencer a los clientes la mercadotecnia ya no tiene límites y tenemos en la actualidad que andar siempre a la defensiva, eludiendo vendedores y promotores de gangas de todo tipo, escapando de las trampas que las grandes y pequeñas empresas comerciales e industriales o de servicios nos tienden y pidiendo no caer en la tentación de extralimitarnos con nuestras tarjetas de crédito.
Pero lo peor de esta plaga es que los políticos se fueron acercando poco a poco al sistema, aceptaron casi sin chistar que ellos mismos son un producto que hay que vender a los votantes y buscaron maquillistas y peinadoras para sus presentaciones en público, contrataron creadores de imagen y lograron con todo esto caer ellos mismos en ese mundo de las apariencias y las mentiras que es el de la publicidad. Las campañas políticas dejaron de ser propuestas doctrinarias para convencer a los votantes, dirigidas a su inteligencia, para convertirse en machaconas imágenes publicitarias para vender una sonrisa, un color, un rostro.
Es parte de la quiebra de nuestra política actual; los mismos órganos de gobierno han caído en la tentación y ahora, en el cine, en la televisión, en los periódicos vemos propaganda supuestamente “creativa”, lo mismo de la “augusta” Suprema Corte de Justicia de la Nación que del Senado de la República o del Poder Ejecutivo federal; los gobernadores y los gobernadorcitos no se quedan atrás: a toda costa y a todo costo quieren verse en sus imágenes bien peinados, con trajes impecables y corbatas relumbrantes.
Un efecto de esta mala práctica es que el pueblo deja de saber realmente quiénes son los que gobiernan, cuáles son sus ideas, sus verdaderos pensamientos, qué dicen y hacen, y sólo saben de ellos lo que sus publicistas y creativos presentan con todo el dolo bueno o malo de que sus grandes o pequeños ingenios les permiten.
Todos tenemos experiencia de esta publicidad chocante y a veces ofensiva, porque estamos viviendo una realidad al mismo tiempo que los medios electrónicos nos presentan otra muy distinta, según la versión de los políticos que pagan la publicidad. Hay muchos ejemplos y todos somos espectadores y víctimas de la publicidad gubernamental, pero uno muy elocuente es el que trata de convencernos de que se han dado pasos gigantescos en contra de la delincuencia y el crimen.
Para justificar la llamada reforma penal, que yo designo mejor como reforma policiaca, nos dicen que las reformas constitucionales aprobadas y las leyes en proceso de aprobación son muy buenas. La realidad es que tienden a darle muchas y peligrosas facultades y funciones a las diversas policías, a restarle capacidad y libertad al Ministerio Público y a fortalecer un estado policiaco, sin referencia alguna a los derechos humanos. Sin embargo, anuncian las reformas presentándonos un bello paisaje: “que todos somos inocentes mientras no se pruebe lo contrario”, que “ante la ley todos somos iguales” y que “estamos derrotando a la delincuencia”.
La verdad que es que los principios de inocencia y de igualdad ya estaban en la Constitución y en las leyes antes de las reformas, y la derrota a la delincuencia es tan sólo un buen deseo que choca contra la realidad que vivimos y vemos.
Una revisión de la línea política relacionada con la publicidad de los organismos públicos, contagiada de publicidad comercial es indispensable; la democracia y el estado de derecho no pueden fundarse ni en la mentira ni en el ocultamiento tendencioso de la verdad.
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Consultado en:

Evitar contacto con extraterrestres

En la edición del 27 de abril de 2010, el periódico PUEBLO publica la siguiente nota:
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Pide S. Hawking evitar contacto con extraterrestres
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El profesor Stephen Hawking, ex docente de la Universidad de Cambridge, aseguró que es “perfectamente racional” aceptar la existencia de vida inteligente fuera de la Tierra, y advirtió de que los humanos deberíamos evitar el contacto con ellos.
“Para mi cerebro matemático, los números solos hacen pensar en extraterrestres de manera perfectamente racional”, dijo el astrofísico, residente en la ciudad inglesa de Cambridge, en una entrevista con la cadena de televisión estadounidense Discovery Channel, que será emitida el 2 de mayo.
No obstante, “si los extraterrestres nos visitaran, los resultados serían como cuando Colón llegó a América, que no salió bien para los nativos americanos”, advirtió en referencia a los numerosos intentos de los humanos por establecer comunicación.
En el pasado, se enviaron señales al espacio con el fin de revelar datos sobre el carácter de los humanos y la ubicación del planeta, con la esperanza de recibir algún mensaje de otras civilizaciones.
“Sólo tenemos que mirarnos a nosotros mismos para ver cómo la vida inteligente (fuera de nuestro planeta) podría desarrollarse en algo que no querríamos ver”, recordó el profesor, de 67 años, que estuvo reciente hospitalizado por sus problemas de pecho.
No obstante, en opinión del astrofísico la única razón por la que los extraterrestres podrían asaltar la Tierra sería simplemente por la búsqueda de fuentes de recursos naturales y después se irían.
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Consulta de la fecha en:

jueves, 22 de abril de 2010

Curas contra Eros, de Ricardo Rocha

Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia
[20 de abril de 2010]
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Curas contra Eros
Ahora salen los jerarcas católicos con que sus curas cometen pederastia porque vivimos rodeados de erotismo. Una declaración desesperada, esquizofrénica, hipócrita y absolutamente ignorante.
Ojalá, señores obispos y cardenales de verdad viviéramos rodeados de erotismo. De eso que en las enciclopedias, los diccionarios y cientos de libros maravillosos se describe como proveniente de Eros al que consideraron como una de las fuerzas creadoras del cosmos. O bien cuando dicen que lo erótico se refiere a lo amatorio, a la poesía de este género y al poeta que la cultiva. Cierto, también dicen los clásicos que lo erótico suele incluir al amor sexual. Lo cual solamente enriquece la definición con un apasionante ingrediente adicional de luces, sombras, colinas y aromas dulcísimos.
Así que imaginémonos rodeados de cantos y sonidos sugerentes, de palabras bellísimamente expresadas y de imágenes que nos traigan a la cabeza, al corazón y a nuestros ciertos lugares sensaciones siempre nuevas, estimulantes o gratificantes. Eso es el erotismo. Algo que la cúpula eclesiástica quisiera destruir. Así que habría que ir quemando los ensayos y poemas de Octavio Paz y también llevar a la hoguera la poesía amorosa de Jaime Sabines y de Griselda Álvarez. Y en la misma pira justiciera arrojar los lienzos de Diego y Frida para que ardan juntos; y en la imposibilidad de arrancarlos, lavar y borrar con lejía los murales de Siqueiros y Orozco, especialmente donde aparecen desnudos tan inmorales como ese de La Malinche encuerada.
Ya entrados en gastos, habíamos de abjurar de nuestras culturas ancestrales: aztecas y mayas que cultivaron el malsano arte erótico; sobre todo los olmecas tan dados a aquello del jijirijiji. Y, por supuesto, promover ante la ONU el cierre de todos aquellos museos —incluido el del Vaticano— que exhiban desnudos y hasta insinuaciones tan malignas como la sospechosa sonrisa de La Gioconda.
No, señores curas, el erotismo es una expresión sublime de la naturaleza del hombre, una forma bellísima de mirar la vida y —no tengo la menor duda— un don de Dios. Para mantener viva la llama de eso que llamamos creación, incluido eso que llamamos procreación.
Lo que su padre Maciel hizo con sus legionarios, lo que su padre Murphy hizo con 200 niños sordomudos y lo que sus cardenales Rivera y decenas más incluido su papa Benedicto XVI han hecho encubriendo miles de casos de pederastia en todo el mundo, nada tiene que ver con el erotismo. No nos lo ensucien.
El erotismo provoca sensaciones riquísimas. Lo de ustedes, produce vómito.

lunes, 12 de abril de 2010

Sobre el doctorado (¿sólo en Colombia?)

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Se buscan doctores
Cómo formar elites académicas que no sean elitistas
Diego López Medina*
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El país debe aumentar su capacidad autónoma (esto es, en universidades colombianas) de realizar investigación de nivel doctoral en todos los campos. Las comparaciones siempre son odiosas y, con frecuencia, peligrosas; a veces, sin embargo, permiten emular y aprender de experiencias exitosas. Quizá valga la pena una reflexión comparativa sobre las enormes dificultades que aún afronta un país como Colombia en la producción de conocimiento (científico, artístico, social, político, etc.) y su difusión en las redes académicas de vanguardia.
La Universidad de Cornell, en Estados Unidos, graduó hace un par de semanas más de 400 doctores en las más diversas áreas del conocimiento. La semana pasada, la Universidad de Harvard graduó otro contingente doctoral de similar tamaño. El número de graduandos y el amplio rango de sus temas de investigación son realmente desconcertantes.
En Colombia, los programas de doctorado atraen profesionales a quienes les interesa el estatus profesional que un Ph.D. da, pero no necesariamente la investigación ni la academia. Algunas universidades entienden esto y perfilan sus programas de doctorado para que atiendan más la demanda de prestigio, que las necesidades intelectuales de un país en desarrollo. El prestigio de un título de Ph.D. crece exponencialmente si proviene de alguna de las universidades internacionales de renombre.
Al mismo tiempo, por definición, los doctorados deben formar elites intelectuales, incluso entre aquellos a quienes sí les interesa la labor académica. Con este grupo, en cambio, el problema consiste, primero, en cómo formar elites no elitistas y, segundo, en cómo permitir que dichas elites intelectuales se mantengan abiertas a reclutar y educar a personas con talento y disposición (y no solamente con el dinero que se requiere para ingresar tardíamente al mercado laboral, como lo hacen los doctores).
Universidades como Cornell y Harvard se autodefinen como instituciones de "investigación". La investigación universitaria se desarrolla, entre otras formas, mediante programas académicos avanzados en los que investigadores de trayectoria entrenan a jóvenes promisorios en las exigencias particulares de la disciplina. Este entrenamiento usualmente comienza con un intenso período de estudio en el que el estudiante debe demostrar que ha alcanzado familiaridad con la literatura existente en su campo. No se trata del conocimiento exigido para "ejercer la profesión", sino del conocimiento profundo que se requiere para ser autoridad en el campo y, por lo tanto, juzgar en qué dirección (y con qué métodos) tiene sentido investigar y producir conocimiento hacia el futuro. Este es, al menos, el ideal que se busca.
Para escribir una tesis doctoral se requiere haber surtido esta primera etapa en que el joven investigador demuestra una competencia mínima que le permitirá proseguir, ahora sí, con su proyecto particular de investigación. La docencia de este nivel, para poder ser efectiva, es usualmente tutorial y personalizada. Estos jóvenes investigadores, a su vez, hacen las veces de 'traductores' generacionales entre los profesores ya maduros (y por tanto de más edad) y las nuevas generaciones de muchachos que arriban a adquirir su entrenamiento inicial en el área. Este trabajo de 'traducción', como profesores asistentes, por ejemplo, les permite adquirir experiencia docente esencial para su desarrollo académico posterior.
Las universidades de investigación son, en general, muy diferentes a las universidades de formación profesional, aunque nada obsta para que cumplan adecuadamente ambas funciones. En Colombia, sin embargo, muchas de las disciplinas académicas apenas vienen consolidando sus comunidades investigativas. Durante muchos años nos hemos dedicado a la formación profesional y es claro que la transición hacia la investigación es difícil. En derecho, por poner un ejemplo, hemos sido tradicionalmente universidades de formación profesional y apenas estamos aprendiendo a conformar comunidades de investigación que produzcan verdadero conocimiento. Del profesional se espera que ejerza su profesión adecuadamente dentro de protocolos y estándares académicos y éticos aceptados por la comunidad.
Del doctor, sin embargo, se espera que tenga un dominio tal de la literatura en su campo, que nos ayude a entender a todos los demás las estructuras presente y futura del campo en el que se desenvuelve. La "producción de conocimiento" significa cosas diferentes en derecho, música, biología o filosofía, pero comparte una pasión común por el análisis crítico de la "verdad", dentro de los múltiples significados que esta aspiración puede tener. En un artículo reciente, Thomas Ulen, profesor de derecho de la Universidad de Illinois, se pregunta cuáles serían los trabajos de investigación a los cuales les daríamos un hipotético premio Nobel en Derecho. Todo programa de doctorado, antes de abrir inscripciones, debe tener una respuesta clara a esta difícil pregunta.
Para la formación de verdaderas comunidades investigativas hay que arrancar de ciertos presupuestos básicos: en primer lugar, es preciso recordarles a los aspirantes que los títulos doctorales de investigación son producto del trabajo científico, y no simplemente fuentes de prestigio (o estatus) profesional o personal. Un doctorado no es, de ninguna manera, la continuación natural de los estudios profesionales de pregrado, ni se trata del último escalón de prestigio dentro de la profesión.
En los próximos años la universidad colombiana tendrá que aprender aceleradamente a formar sus doctores en todas las áreas del saber. Tendrá que aprender a competir con calidad frente a universidades extranjeras que seguirán extendiendo su oferta hacia un mundo abierto y globalizado. Algunas de estas universidades internacionales ofrecerán (en Colombia o en sus sedes) programas magníficos, con comunidades académicas sólidas y con genuina transferencia de saber; otras, en cambio, ofrecerán programas menos buenos. La demanda en Colombia debe empezar a discernir con toda claridad entre esta oferta dispar. Ya hay una experiencia acumulada importante en Colombia, pero todavía se avizoran peligros significativos: en primer lugar, los doctores tienen que aprender a formar otros doctores, a construir redes académicas robustas y plurales (no elitistas) y a entender que la competencia por el mercado entre las universidades nacionales puede ser un factor de fragmentación de la ciencia y de la investigación. La docencia por tutoría es más costosa y exige habilidades distintas a las que se adquieren en el aula de clase de pregrado. Esto hace que la formación doctoral sea costosa y, si se hace bien, casi siempre requiera ser subsidiada. De todas las formas posibles de subsidio, quizá la menos adecuada sea aceptar a muchas personas que no están comprometidas con las exigencias de la investigación. Finalmente, las universidades colombianas deben tener cuidado en que el título de doctorado no sea simplemente un calco de los privilegios socio-económicos que ya existen en el país.
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*Investigador de Derecho, Justicia y Sociedad y profesor de derecho
Universidad de los Andes (Colombia)

domingo, 11 de abril de 2010

Preguntas de un trovador que sueña

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Preguntas de un trovador que sueña
Silvio Rodríguez
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Si el flautista de Hamelín partiera con todos nuestros hijos, ¿comprenderíamos que se nos va el futuro?
Si ese futuro que se nos va supiera adónde lo lleva el flautista de Hamelín, ¿partiría con él?
Si un huelguista de hambre exigiera que Obama levantara el bloqueo, ¿lo apoyaría el Grupo Prisa?
Si los miles de cubanos que perdimos familia en atentados de la CIA hiciéramos una carta de denuncia ¿la firmaría Carlos Alberto Montaner?
Si algunas firmas meditaran antes de condenar las cárceles ajenas, ¿resultarían incólumes las propias?
Si un líder del norte es un líder, ¿por qué es caudillo el que nació en el sur?
Si la política imperial es responsable de algunas de nuestras desgracias, ¿no deberíamos liberarnos también de esa parte de la política imperial?
Si condenamos la guerra fría, ¿nos referimos a toda o sólo a la porción ajena?
Si este gobierno ha sido tan malo, ¿de dónde ha salido este pueblo tan bueno?
Aborto (marque con una cruz): asesinato, hedonismo, piedad.
Homosexuales (marque con una cruz): Elton John advierte que Cristo era gay.
¿Quién le importa al PP? (marque con una cruz): ¿Zapata o Zapatero?
Si la Casa Blanca devolviera Guantánamo y acabara el embargo, ¿qué posición (común) adoptaría el Kama-Sutra europeo?
Si el que hoy maldice ayer bendijo, ¿con quién pasó la noche?
Si de veras nos haría tanto daño una amnistía, ¿por qué no me lo explican?
Si la suma de ambas intransigencias nos extingue y la nada baldía nos arrastra al pasado, ¿nuestros hijos tendrán lo que merecen?
¿Qué pasa con los negros? ¿Qué pasa con los amarillos? ¿Qué pasa con los blancos? ¿Qué pasa con los rojos, con los azules e incluso con los hombrecillos verdes?
Si alguien roba comida y después resulta que no da la vida ¿qué hacer?
Si otro Martí naciera entre nosotros ¿podría ser emigrante, rapero, cuentapropista, ciudadano provincial en una chabola periférica?
Patria, Universo, Vida, respeto al semejante y todos Venceremos un poquito.
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Consultado en:

martes, 6 de abril de 2010

Discurso de Mario Bunge, al recibir Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Salamanca [2003]

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Cómo criar y como matar la gallina de los huevos de oro
Mario Bunge

Department of Philosophy. McGill University, Montreal, Canada
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Ante todo, agradezco al claustro de doctores salmantinos, así como al señor Rector y los señores Vicerrectores, el haber aceptado la propuesta de mi querido amigo, el Profesor Miguel Ángel Quintanilla, de honrarme con un doctorado honoris causa.
La Universidad de Salamanca ha sido una de las luminarias europeas durante ocho siglos. Suele olvidarse, injustamente, sus contribuciones a la cultura universal. Baste recordar que fue aquí donde Francisco de Vitoria echó las bases del derecho internacional, instrumento indispensable para la convivencia de los pueblos. Cada vez que se lo aplica, se rinde homenaje tácito a la Universidad salmantina, y cada vez que se lo viola se atenta contra la civilización moderna.
Me propongo defender dos tesis. La primera es que la investigación científica es la gallina de los huevos de oro. La segunda es que hay maneras de criarla, y otras tantas de matarla.
[1] La investigación básica es el motor de la cultura intelectual y la madre de la técnica
La investigación básica consiste en la búsqueda de la verdad independientemente de su posible uso práctico, el que acaso jamás llegue. Es la investigación que hacen los matemáticos, físicos, químicos, biólogos, científicos sociales y humanistas. Es sabido que la investigación básica alimenta a la técnica sin ser técnica, porque la técnica diseña medios para cambiar el mundo en lugar de estudiarlo.
El distintivo de la American Association for the Advancement of Science es un par de círculos concéntricos. El círculo central es dorado y simboliza la ciencia básica, mientras que el anillo que lo rodea es azul y simboliza la técnica. La idea es que la ciencia nutre a la técnica. Esta idea podría ampliarse, inscribiendo el círculo en un cuadrado que simbolice la cultura moderna.
En efecto, nuestra cultura, a diferencia de las demás, se caracteriza por su dependencia de la investigación básica. Si ésta se detuviera, ya por falta de vocaciones, ya por falta de fondos, ora por censura ideológica, ora por decreto, nuestra civilización se estancaría, y pronto decaería hasta convertirse en barbarie. Baste recordar lo que sucedió con la ciencia básica bajo el fascismo, y con la biología, la psicología y las ciencias sociales bajo el estalinismo.
Las mejoras, los avances menudos, la elaboración de ideas básicas, pueden planearse y encargarse. Los grandes inventos, como los grandes descubrimientos, no pueden planearse ni encargarse, porque son producto del ingenio estimulado por la curiosidad.
Es posible programar una máquina, pero es imposible programar un cerebro original. Lo que sí es posible es educar un cerebro receptivo e inquieto. Esto es lo que hace todo intelectual disciplinado: va esculpiendo su propio cerebro a medida que va aprendiendo y creando.
Puesto que la espontaneidad no es programable, hay que darle oportunidades antes que órdenes: hay que fomentar la curiosidad, y con ella la creatividad científica o artística sin esperar resultados inmediatos. La exigencia de resultados inmediatos garantiza la mediocridad y el desaliento, e incluso el fracaso.
Por ejemplo, ciertos gobiernos actuales pretenden hacer la guerra al terrorismo, sin entender que es imposible hacer la guerra a células secretas, y sin entender que los terroristas, como los cruzados, no lo son de nacimiento, sino que son productos de ciertas circunstancias y de una educación fanática.
El terrorismo, tanto el de abajo como el de arriba, no terminará si no se transforman esas circunstancias y si no se hace un esfuerzo por entender la psicología y la sociología del terrorista. Tanto en política como en medicina, más vale prevenir que curar. Y cuando se trata de curar hay que buscar y emplear remedios eficaces en lugar de grasa de culebra. Y eso requiere investigación seria antes que receta ideológica. A su vez, los resultados de la investigación se hacen esperar.
Siempre hay que esperar para cosechar frutos, sean comestibles, sean conceptuales. Por ejemplo, Apolonio describió las secciones cónicas unos 200 años a.C., pero nadie las usó con provecho hasta que Galileo empleó la parábola para describir la trayectoria de las balas, y Kepler la elipse para describir las trayectorias planetarias.
Las investigaciones desinteresadas de Ampère y Faraday no rindieron frutos prácticos sino cuando Henry inventó el motor eléctrico. Las ecuaciones de Maxwell y las mediciones de Hertz sólo sirvieron para entender el electromagnetismo, hasta que Marconi las usó para inventar la radio. Thomson, el descubridor del electrón, no pudo anticipar la industria electrónica. Rutherford, el padre de la física nuclear, nunca creyó que sus trabajos darían lugar a la ingeniería nuclear ni las plantas nucleares.
Otro ejemplo: los inventores de la física cuántica no soñaron que ella serviría para diseñar ordenadores y, con ellas, un nuevo sector de la industria. Crick y Watson no previeron la emergencia de poderosas firmas biotécnicas pocas décadas después de anunciar la estructura del ADN.
La unión de la ciencia con la técnica es tan íntima, que no se pueden mantener facultades de ingeniería al día sin el concurso de departamentos de matemática, física, química, biología y psicología. Por ejemplo,el bioingeniero que se ocupa de diseñar prótesis tiene que aprender bastante anatomía y fisiología humanas, y el experto en administración de empresas tiene que aprender bastante psicología, sociología y economía.
La historia de la ciencia y de la técnica sugieren algunas moralejas de interés para quienquiera que se interese en políticas culturales. He aquí tres de ellas.
Primera: Es deseable fomentar la ciencia básica, no sólo para enriquecer la cultura, sino también para nutrir la técnica, y con ella la economía y el gobierno.
Segunda: Puesto que el conocimiento humano es un sistema, en el que toda componente interactúa con otros constituyentes, es preciso fomentar todas las ramas de la cultural intelectual, así como promover la construcción de puentes entre ellas.
Tercera: La ciencia y la técnica no avanzan automáticamente, a despecho de las políticas culturales, sino que son muy sensibles a éstas. Por este motivo, hay que averiguar cuáles son sus estímulos y sus inhibidores. Empecemos por estos últimos.
[2] Los 7 enemigos de la investigación básica
Sugiero que los principales enemigos de la ciencia básica son los siguientes.
1. Mala enseñanza de la ciencia: autoritaria, datista, memorista, y tediosa.
2. Educadores y administradores miopes, que ignoran que no se puede descuidar ninguna rama importante del conocimiento, porque todas estas ramas interactúan entre sí, por lo cual las especialidades estrechas son efímeras.
3. Pragmatismo: creencia de que se puede conseguir huevos sin criar gallina. Los gobiernos norteamericanos más retrógrados recortaron los subsidios a la investigación en ciencias sociales, pero conservaron o aumentaron los subsidios a las ciencias naturales. Se estima que cerca de la mitad de los aumentos sensacionales de la productividad industrial norteamericana desde el fin de la segunda guerra mundial se deben a que los gastos en investigación básica ascienden al 3 % del producto interno bruto, o sea, varias veces lo que gasta España.
4. Neoliberalismo y el consiguiente debilitamiento de las organizaciones estatales, en particular las universidades nacionales. El ejemplo canadiense es elocuente: el gobierno conservador de la década del 80 decretó que los científicos tendrían que buscar fondos en el sector privado. Dado que no los encontraron, el resultado neto de esta política utilitarista es que los gastos por estudiante han disminuido en un 20%, en tanto que los gastos norteamericanos han aumentado en un 30% durante el mismo período. El gobierno liberal inició una rectificación de este curso desastroso, pero obró tarde e insuficientemente. Mientras tanto, centenares de investigadores emigraron, y miles de estudiantes desistieron de estudiar ciencias.
5. Oscurantismo tradicional: fundamentalismo religioso, ciencias ocultas, homeopatía, psicoanálisis, etc., y la censura ideológica concomitante. Por ejemplo, el gobierno actual de la India, comprometido con la religión hindú, ha promovido los estudios de astrología y de medicina védica. Otro ejemplo es la restricción a la investigación de las células totipotentes para complacer a unos teólogos retrógrados.
6. Oscurantismo posmoderno: "pensamiento débil", retorismo, deconstruccionismo, existencialismo, y la filosofía femenina que considera la ciencia, y en general la racionalidad y la objetividad, como "falocéntricas".
7. Constructivismo-relativismo en filosofía, sociología e historia de la ciencia, doctrina que niega la posibilidad de hallar verdades objetivas e imagina trampas políticas tras los teoremas más inocentes, con lo cual desanima la búsqueda de la verdad, lo que a su vez empobrece la cultura.
Dejemos ahora estas reflexiones y admoniciones pesimistas, y veamos qué puede hacerse para promover la búsqueda de la verdad por la verdad.
[3] Qué hacer para promover la investigación básica
Propongo que una manera de promover el avance del conocimiento básico es adoptar, elaborar y poner en práctica las medidas siguientes:
1. Enseñar más ciencia, y enseñarla mejor, en todos los niveles, así como montar museos y espectáculos científicos.
2. Aumentar los subsidios a la investigación básica, particularmente en los sectores más descuidados.
3. Ofrecer becas a estudiantes interesados en ramas descuidadas o emergentes de la ciencia básica, tales como matemática, física de líquidos, química teórica, neurociencia cognitiva, socio-economía, sociología política, economía del desarrollo, investigación operativa, sociolingüística, y filosofía exacta.
4. Reforzar la participación de investigadores en el diseño de políticas culturales y planes de enseñanza.
5. Aliviar a los investigadores de tareas administrativas.
6. Denunciar las imposturas intelectuales, tales como el "creacionismo científico", las medicinas alternativas, y fomentar en cambio el pensamiento crítico, el debate racional y la divulgación científica.
7. Resistir el movimiento de privatización de las universidades. Las funciones específicas de la Universidad son producir y difundir conocimiento, no dinero; por consiguiente, la Universidad debe seguir siendo dirigida por académicos, no por empresarios ni por comisarios, así como las empresas deben seguir siendo dirigidas por empresarios, no por investigadores ni por comisarios.
Termino. De todos los sistemas que constituyen una sociedad, el cultural es el más vulnerable a los choques económicos y políticos. Por esto es el que hay que manejar con mayor cuidado y alimentar con mayor dedicación, sin esperar otros rendimientos inmediatos que su propio enriquecimiento
Dada la centralidad de la ciencia en la cultura y la economía modernas, es aconsejable adoptar la política del gobierno surcoreano. Cuando la economía surcoreana entró en crisis, hace pocos años, en lugar de recortar los subsidios a la investigación básica, el gobierno resolvió incrementarlos hasta alcanzar el 5% del PIB. El resultado está a la vista: la producción científica surcoreana sobrepasa hoy a la india, pese a que la ciencia india empezó un siglo antes que la coreana.
No es que el dinero genere ciencia, sino que sin él, la ciencia languidece. Quien quiera comer huevos, que alimente a su gallina. Y quien quiera preservar una buena tradición deberá enriquecerla, porque la permanencia sólo se consigue a fuerza de cambios.
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Salamanca, 15 de Mayo de 2003
[Discurso de Mario Bunge en su Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Salamanca]

El efecto San Mateo, de Mario Bunge

El efecto San Mateo
Mario Bunge
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[1] El versículo 13 del capítulo 19 del Evangelio atribuido a San Mateo reza así: "porque a cualquiera que tiene, le será dado, y tendrá más; pero al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado". El versículo 25,29 es una repetición casi exacta del anterior. San Marcos [84,25] y San Lucas [8,18 y 19,26] concuerdan. Quienes ven en Cristo un precursor de Ronald Reagan se regocijan. Quienes lo ven como un precursor de Karl Marx sostienen que Cristo no hizo sino citar un proverbio corriente en su tiempo, con el fin de exhibir la iniquidad del mundo en su tiempo. Dejemos la investigación de este punto a los especialistas en hermenéutica bíblica. A nosotros nos interesa la relación de ese versículo con la sociología de la ciencia.
Robert K. Merton, el padre de la moderna sociología de la ciencia, bautizó con el nombre de "efecto San Mateo" el hecho de que los investigadores científicos eminentes cosechan aplausos mucho más nutridos, que otros investigadores, menos conocidos, por contribuciones equivalentes. Por ejemplo, si un autor famoso F colabora con un desconocido D, en un trabajo hecho casi exclusivamente por D, la gente tiende a atribuirle todo el mérito a F. Por cierto, el maestro le hace un favor al aprendiz al firmar juntamente un trabajo: lo lanza. Pero, se hace así mismo un favor mayor, porque la gente tenderá a recordar el nombre del maestro, olvidando el de su colaborador.
Si un premio Nobel dice una gansada, ésta aparece en todos los periódicos, pero si un oscuro investigador tiene un golpe de genio, el público no se entera. Un profesor en Harvard, Columbia, Rockefeller, Berkeley o Chicago no tiene dificultades en publicar en las mejores revistas: se presume que es un genio. No en vano la mitad de los premios Nobel del mundo trabajan o han trabajado en esas Universidades. En cambio, un genio sepultado en un oscuro college, o en un país subdesarrollado, enfrenta obstáculos enormes. A menos que tenga un gran tesón y mucha suerte (o sea, una oportunidad que sepa aprovechar), jamás saldrá a flote.
El efecto San Mateo puede explicarse por dos mecanismos. Uno es el de la memoria el otro el del proceso de selección. Si un lector ve una lista de trabajos, cada uno de ellos firmado por el catedrático famoso y un colaborador [aprendiz, desconocido, oscuro, sumergido, etc.], ¿cuál de los nombres retendrá?
[2] Si el director de una revista recibe dos trabajos de méritos equivalentes, uno firmado por S. Notorio, catedrático en la Universidad Preclara y el otro firmado por T. Nemo, ayudante de cátedra en la Universidad de las Islas Molucas, ¿en cuál de ellos depositará mas confianza?.
Además, está el asunto de la pertenencia a una red o clique. En esto tengo alguna experiencia. Hace tres décadas me presenté a concurso en una universidad inglesa recién creada. Le dieron la cátedra a un borracho sin doctorado ni publicaciones, quien murió al poco tiempo de cirrosis del hígado. Años después me enteré que el jurado había preferido a un compatriota conocedor de las reglas del juego británico, a un sudamericano que, aunque había publicado libros y artículos en inglés y en otras lenguas, no pertenecía a la red. Mi rival había fracasado en su intento de doctorarse, pero había hecho el intento en el lugar adecuado. El fracasar en la Universidad de Oxford tenía más mérito que triunfar en la Universidad de Buenos Aires o de La Plata.
Durante una visita a la India tuve ocasión de confirmar la hipótesis de que más vale fracasar en el lugar adecuado que triunfar en el inadecuado. Allí encontré a varias personas que me dejaron sus tarjetas de visita en las que, debajo del nombre, se leía " Ph. D. (failed) Oxford" o sea, “doctorado fallido” en Oxford. Presumiblemente, este fracaso les había abierto muchas puertas. Al fin y al cabo, no es lo mismo ser derrotado en una célebre batalla, que vencer en una refriega callejera.
Existen abundantes observaciones del efecto San Mateo, por ejemplo, hay un sensacional experimento hecho hace una decena de años. Un equipo de científicos seleccionó una cincuentena de artículos de investigadores reputados que trabajaban en Universidades norteamericanas de primera línea, que habían sido publicados un par de años antes. Cambiaron los títulos de los artículos, les inventaron autores ficticios empleados en colleges de baja categoría, y los enviaron a las mismas revistas donde habían sido publicados. Casi todos los artículos fueron rechazados. Los autores de la jugarreta, validos de su reputación, lograron publicar los resultados de su experimento en un par de revistas.
Un escritor canadiense hizo un experimento similar con una revista literaria que había rechazado sistemáticamente sus cuentos. Le envió a la misma revista media docena de cuentos de clásicos contemporáneos, tales como Joseph Conrad y Jack London, cambiándoles los títulos y los nombres de los autores. La revista los rechazó. Cuando el autor denunció este escándalo, los críticos literarios en cuestión tuvieron la desvergüenza de defender su decisión. Al parecer, pensaban que un cuento es necesariamente bueno si es escrito por un escritor famoso y no que un autor merece fama si escribe buenos cuentos.
El efecto San Mateo es uno de los mecanismos que intervienen en la estratificación social de las comunidades científicas. El estrato superior es ocupado por individuos que han dado su nombre a una teoría, una ley o un método utilizado o enseñado por muchos. El rango inmediatamente inferior es el de los premios Nobel que aún no son ampliamente conocidos como los progenitores de tal o cual teoría, ley o método.
Este escaño es compartido por los nobelizables, candidatos que están en la lista de espera, o que nunca lograron el premio, quizás por haber sido objeto de discriminación ideológica [como parecen haber sido los casos de John D. Bernal, J.B.S. Haldane y Raúl Prebish]. En tercer lugar, vienen los jefes de escuela o maitres à penser, que encabezan equipos formales o informales caracterizados por su originalidad y productividad. En cuarto lugar, están los miembros subalternos de estos equipos y los investigadores individuales desconocidos fuera de un pequeño círculo. El quinto y último escaño es ocupado por los que jamás publican: éstos forman el lumpen proletariado de la ciencia.
De hecho, la mayoría de los que se doctoran en alguna ciencia sólo llegan a publicar un artículo, a veces ni esto. El número de investigadores que ha publicado n artículos es inversamente proporcional al cuadrado de n [Esta es la llamada "ley de Lotka"] La mitad de los artículos científicos son producidos por el 5 por ciento de la comunidad científica. La mayor parte de los artículos no son citados jamás. Los que son citados lo son una sola vez en el 58 por ciento de los casos; 2,7 por ciento son citados entre 25 y 100 veces; y sólo un 0,3 por ciento son citados más de cien veces. Estos son resultados de un análisis cientométrico hecho por Eugene Garfield, Director de Citation Index, en un total de casi 20 millones de artículos.
Lo paradójico y maravilloso de la estratificación de la comunidad científica es que va acompañada de la propiedad común del conocimiento. En efecto, para que un trozo de conocimiento sea considerado científico es preciso, aunque no suficiente, que pueda ser compartido: la ciencia es pública, no privada ni, menos aún, oculta. Esta es una de las diferencias entre la ciencia y la técnica. Los diseños técnicos son patentables y comercializables, no así los descubrimientos ni las invenciones de la ciencia.
Como dice Merton, la ciencia es comunista. También sostiene Merton que la consigna de Marx. "De cada cual conforme a sus habilidades, y a cada cual según sus necesidades", se cumple en la comunidad científica. El investigador hace todo lo que puede y recibe de sus colegas [vivos y muertos] todo lo que necesita. Este comunismo cognoscitivo no tiene nada que ver con el altruismo. El científico no distribuye sus resultados porque sea generoso [aunque a menudo lo es], sino porque tiene necesidad de expresarse y de ser reconocido. Sabe que habrá de recibir tanto más cuanto más dé, cuanto mejor comparta lo que obtiene.
En el mercado, la explotación egoísta e incontrolada del recurso común, por ejemplo, los prados y bosques comunales, las aguas subterráneas y los bancos de peces, lleva a la destrucción del recurso. En la comunidad científica, "el toma y daca obran para ampliar el recurso común del conocimiento accesible" [Merton]. Otra diferencia entre el mercado y la ciencia es que en ésta no rige la ley de los rendimientos decrecientes. En efecto, cuanto más sabemos tanto más numerosos son los problemas que podemos plantear y deseamos investigar.
El propio Merton se ha beneficiado con el efecto San Mateo. En efecto, aunque ha escrito muchos trabajos en colaboración con otros estudiosos, uno tiende a recordar solo su nombre y a atribuirle todo el mérito. A propósito, la Universidad de Columbia ha decidido honrarse estableciendo la cátedra Robert K. Merton en ocasión del 80 cumpleaños del fundador de la moderna sociología de la ciencia, quien sigue activo y con buen humor, pese a su mala salud. [En su última carta, de la semana pasada, Merton me cuenta que está pasando por una experiencia similar a la de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, los célebres personajes de Mark Twain, cuando asistieron a sus propios funerales]. Columbia, ya famosa desde hace un siglo, no necesitaba este honor, pero no pudo sustraerse al efecto San Mateo.
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