miércoles, 19 de enero de 2011

Narcoviolencia en México

México: Narcoviolencia. Ocho tesis y muchas preguntas
Paco Ignacio Taibo II ·
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Hace más de tres años el hombre que dirige desde Los Pinos los destinos de esta nación declaró una guerra contra los cárteles mexicanos de la droga. Al paso del tiempo los mexicanos habíamos aportado a esta guerra más de 31 mil muertos, según cifras oficiales, un número incontable de heridos, varias de las grandes ciudades del país (Ciudad Juárez, Chihuahua, Monterrey, Tampico, Morelia, Culiacán, Mazatlán) viviendo bajo el miedo y en virtual estado de sitio, regiones abandonadas por sus habitantes, zonas rurales que son tierra de nadie, carreteras federales intransitables, 17 estados de la República en crisis profunda de inseguridad, más de un millar de quejas ante las comisiones de derechos humanos (y esas son las que se hacen públicas, porque el miedo impide que se conozca más allá de la punta del iceberg) por violaciones, secuestros, chantajes, cateos ilegales, robos y todo tipo de abusos producidos por las fuerzas policíacas, el Ejército y en menor medida por la Marina, barrios urbanos y zonas industriales en los que no entran inspectores de Hacienda o de salubridad, porque el narco es el Estado.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Cómo puede detenerse esta inercia antes de que México se desvanezca en medio del miedo y el terror en un holocausto repleto de cabezas cortadas, tiroteos donde los ciudadanos inocentes son bajas colaterales, policías que entran a la casa rompiendo la puerta y se roban el queso que hay sobre la mesa, cárceles donde impera la mafia y se tortura sistemáticamente, declaraciones oficiales de avances y éxitos que ya ni los niños de la gran burguesía urbana se creen, fábricas y talleres que cierran, madres asesinadas por protestar por el asesinato de sus hijas?
Primera. Calderón pactó el inicio de esta guerra con el presidente Bush, ni siquiera con el entonces recién llegado Obama. Y la pactó en términos de ofrecerla en bandeja. Y la pactó en condiciones absurdas. La guerra contra el narco no era, no debería ser, una guerra mexicana, porque era, es en esencia, una guerra estadounidense, generada por el mayor consumo de droga a escala planetaria, el que se producía dentro del territorio de Estados Unidos. Así, la propuesta mexicana no debió haber pasado de una oferta de apoyo a una guerra que debería librarse en territorio gringo, combatiendo las redes de distribución, las estructuras financieras, controlando la frontera. En su territorio, no en el nuestro. Pero no fue así. En tres años no ha habido más de media docena de operaciones importantes de aquel lado de la frontera, mientras que de éste se ha desatado la más sangrienta de las confrontaciones que hemos tenido los mexicanos desde la guerra cristera.
Imágenes. Logro descubrir leyendo todos los periódicos locales de Acapulco los supuestos, los previos oficios, de los 15 hombres aparecidos sin cabeza: son dos adolescentes, un lavacoches, un chofer de recogida de basura, un mecánico, dos desempleados, un policía municipal, tres albañiles; las infanterías del cártel de Acapulco masacradas por el grupo del Chapo Guzmán (según dicen cartulinas encontradas a su vera) por el control de la plaza.
Segunda. Al gobierno de Calderón le tomó un año pedir a los estadounidenses el control del tráfico de armas, y desde que lo pidió no ha obtenido resultados. Según cifras oficiales, cerca de 50 mil armas largas (ojo con esto de las cifras oficiales: ¿quién las contó?), municiones, lanzacohetes, ametralladoras pesadas, han entrado a México para proporcionar a las mafias un poder de fuego muy superior al de las fuerzas armadas. Hoy cualquier achichincle de un narco puede seguir comprando municiones para un cuerno de chivo en una tlapalería en Houston. Las balas que matan a mexicanos se venden alegremente en Estados Unidos.
Tercera. Antes de iniciar una guerra, y no hay que leer a Sun Tzu o a Federico Engels para saberlo, el Estado debería contar con una labor de inteligencia sólida. ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Cuáles son sus nexos? ¿Cómo es su estructura financiera? Mil y un preguntas que necesitaban respuestas. Hoy sabemos que al momento de iniciarse la guerra de Calderón contra el narco toda, o buena parte de la estructura de inteligencia del Estado mexicano estaba en manos de facciones del propio narco, que utilizando a jefes policíacos del más alto nivel dirigieron las operaciones contra bandas rivales, agitando un avispero de venganzas que parece no tener fin. ¿Qué tanto de su aparato policíaco trabajaba para el enemigo? Directores de la policía, de las agencias contra el crimen organizado, la SIEDO, comandantes de la AFI, subprocuradores… A la fecha, el Estado mexicano aún no lo sabe o no quiere saberlo. A la fecha, la inteligencia estatal está filtrada, distorsionada, fragmentada; resulta (sobre todo de la lectura de sus comunicados) absolutamente incoherente.
Cuarta. El sistema judicial está podrido. Lleva muchos, muchos años estándolo. Agentes del Ministerio Público descalificados, jueces corruptos, ineficiencia absoluta cuando no complicidad declarada con el crimen. Con una estructura como esa no se podía ir a la guerra. ¿Cuántos delincuentes han sido dejados libres en estos pasados tres años? ¿Cuántos han recibido condenas intrascendentes respecto de la magnitud de sus crímenes? Pepe Reveles narraba el otro día en una mesa redonda que los que le entregaban los cadáveres al Pozolero (y hablamos de más de un centenar de muertos) pronto saldrán en libertad, porque el Ministerio Público sólo pudo acusarlos de tenencia de armas y posesión de drogas a causa de una investigación mal integrada. Reina un caos maligno, como habitualmente reinaba en la justicia mexicana, paraíso del accidente y la casualidad. Vivimos en un territorio de rezago de indagaciones, expedientes confusos, sin investigación científica, ausencia de un banco nacional de huellas digitales, inexistencia de un concentrado de la información de todas las agencias policíacas del país ¿Cuántas veces hemos leído en la prensa que el detenido había estado en la cárcel recientemente? ¿Quién lo soltó?
Quinta. En la cárcel de Torreón la directora torturaba a los presos. En otra cárcel las bandas tenían permiso para salir de noche para ejecutar rivales, en otras 10 prisiones se han producido fugas masivas. Hay denuncias sobre el control y los privilegios que las mafias tienen sobre todas las prisiones, incluso las de alta seguridad. Han sido despedidos más de una docena de directores de cárceles en los meses recientes. ¿Ha cambiado la situación interna? Sin la previa depuración del sistema carcelario, no se podía ir a la guerra.
Imágenes. La más aterradora de las anécdotas: en Torreón un hombre se detiene en el semáforo. Cuando se pone la luz verde ante él, el coche que lo precede está detenido. Va a tocar el claxon y duda. No son tiempos para andar tocando el claxon. La circulación está parada. Transcurre un nuevo espacio de tiempo con el semáforo nuevamente en rojo. Se decide y baja del coche, amablemente les pregunta a los del auto parado si puede ayudarlos en algo. El chofer le enseña una pistola y le ofrece 200 pesos. “Se ve que usted es gente decente, acabo de perder una apuesta con este güey [y señala a su copiloto, que muestra una Uzi muy sonriente] que usted nos tocaba el claxon y yo le pegaba un tiro. Es su día de suerte, amigo.” El coche arranca. El hombre amable se queda ahí, sudando frío.
Paquetes de dólares
Sexta. Conan Doyle en la boca de Sherlock Holmes solía decir que cuando una historia no estaba clara “follow the money”, hay que seguir el dinero, el rastro económico. El narcotráfico, como lo fue el contrabando de alcohol en Estados Unidos durante la era de la prohibición, o el robo de coches en México, es un negocio criminal, sigue reglas de un mercado semivisible, tiene inversiones, está sujeto a la producción y la distribución. Una parte del dinero, millones de millones de dólares, se moverá prosaicamente en paquetes de billetes verdes envueltos en papel periódico y en maletas Samsonite, pero otra parte, quizá la más importante, se convierte en inversiones, casas, automóviles de lujo, oficinas, hoteles, tiendas, restaurantes… En la era de Caro Quintero una colonia en Ciudad Juárez llamada burlonamente Disneylandia estaba repleta de mansiones extravagantes: castillos de La Cenicienta, mansiones californianas, material chafa de Las mil y una noches, pagodas budistas. Todo el mundo en la ciudad sabía que era territorio del narco. El dinero es visible. ¿Y la ruta, las rutas que descienden desde Estados Unidos no lo son? El SAT está muy preocupado por cobrar los impuestos a cualquier gringo que se descuide y ¿no es capaz de detectar los millones que bajan desde el otro lado de la frontera? El gobierno mexicano ha puesto miles de trabas bancarias a los ciudadanos para mover su dinero, pero no ha abierto una macroinvestigación sobre las operaciones bancarias que acompañan este gran dinero de las mafias. En los cientos de decomisos, cateos, detenciones, ¿no han aparecido chequeras, cuentas bancarias, huellas y rastros? ¿Por qué no se habla de esto nunca? ¿Por qué el gobierno mexicano no ha pedido a Estados Unidos operaciones financieras que bloqueen el flujo de dinero al narcotráfico? Sin una investigación financiera sólida y un pacto bilateral con los estadounidenses para el bloqueo del dinero del narco, no se podía ir a la guerra.
Imágenes. Un gerente del Santander informaba hace dos años a su jefe regional que estaba recibiendo dinero no muy claro; como respuesta recibió un money is money.
Séptima. Un convoy del Ejército en La Laguna se dirige a una cárcel de alta seguridad: están transportando a un preso importante. Como no conocen la zona les han puesto una patrulla de la policía local al frente y otra en la cola. Al llegar a un semáforo la patrulla se detiene. Enciende y apaga las luces tres veces y luego se fuga a 150 kilómetros por hora. La patrulla de la cola hace lo mismo en reversa. De los callejones salen hombres armados que disparan contra los militares. Las patrullas no han vuelto a aparecer en la escena pública, tampoco los patrulleros, que se han desvanecido en esta gran nada informativa que es la guerra de Calderón. Entre Monterrey y Tampico una caravana de camionetas de renta que regresaban de un servicio son desviadas por la policía hacia una brecha, un camino rural. Al final del tramo un grupo de zetas armados con ametralladoras los están esperando. Los choferes serán torturados y robados. Hoy sabemos, gracias a las declaraciones de los testigos protegidos, que durante años altos mandos de la policía escoltaron los transportes de droga y protegieron como escoltas a los capos. Pero no sólo la policía, las policías, muchos policías, actúan en colaboración, apoyan, informan, protegen al narco, el Estado lo ha abastecido de cuadros. Uno de cada tres detenidos, se puede leer día a día en los periódicos, es un policía o un ex policía, un militar. Hace años en Tijuana pregunté al director de un diario por qué en días recientes se habían matado a tiros entre ellos una docena de policías en un choque entre bandas rivales. Me respondió que resulta más barato contratar a un poli que entrenar a un sicario. ¿Cómo es posible que el Ejército Mexicano (y el estadounidense) haya entrenado a un cuerpo entero de elite militar que luego se pasa en bloque para constituir la esencia de Los Zetas. Si los mexicanos lo sabíamos, si sabíamos que la delincuencia era policiaca en millares de casos, ¿no lo sabía el Estado mexicano? ¿Es posible ocultar cuando tu salario pasa de 15 mil pesos al mes a 250 mil? ¿Cuántas horas de investigación económica resistiría un agente de la policía antes de descubrir que tiene seis casas en fraccionamientos del estado de México? ¿Hay alguien en México que sepa interpretar la lectura de un polígrafo, el vulgarmente llamado detector de mentiras? ¿O el Estado mexicano no se atreve a usarlo ante el riesgo de que se muestre que la mayoría de sus agentes mienten? ¿La mayoría? ¿10 por ciento? ¿90 por ciento? ¿Hay algún polígrafo funcionando en alguna dependencia policiaca del país? ¿O se ha vendido para comprar refrescos y gansitos marinela en el Oxxo más cercano? Todo nace de unas fuerzas del orden cuya moral está pervertida. Y esta es una vieja historia mexicana, que adquiere su mayor nivel durante el alemanismo. Su clave es la impunidad. Los mexicanos sabemos que históricamente la policía y el Ejército no son una fuerza de orden sino una fuerza criminal semilegalizada, represiva. Sabiéndolo el gobierno Calderón como debería saberlo (no podemos presumir ese grado de estupidez que llegaría a lo inverosímil), ¿cómo se atrevió a lanzar una guerra contra el narco con ese material humano? Una guerra que no sólo no se podía ganar, sino que ni siquiera podía empezarse sin haber limpiado antes las fuerzas del orden. ¿Pero cómo limpiarlas sin debilitar al mismo tiempo la esencia represiva del propio Estado mexicano? Un general retirado me contaba que no tenía duda de que en el Ejército había un centenar de capitanes y mayores honestos, pero que no estaban cerca de la toma de decisiones. No se podía lanzar una guerra contra el narco con este material humano. No hay posibilidad alguna de variar la situación mientras la moral dominante en las fuerzas del orden sea la que hoy es.
Imágenes. Cualquier ciudadano con un celular puede grabarlas, en la carretera de Tampico a Matamoros circulan convoyes de cuatro o cinco camionetas negras, traen pintado en el costado con spray las siglas CG, cártel de Golfo.
Empresas que cobran protección
Octava. Hoy el narco no sólo es una docena de grupos armados que controla una de las más importantes fuentes económicas del país. Son empresas que cobran protección, por ejemplo, a todos los comerciantes de Cancún. Son el control de todos los vendedores ambulantes de Monterrey. Son la justicia en zonas enteras de Michoacán donde La Familia reprime a maridos abusadores y deudores perniciosos (léanse las notas de Arturo Cano en La Jornada). Son los controles en carreteras federales que cobran peajes. Son los que le ofrecieron (y le cumplieron) a un restaurantero en Ciudad Juárez que si pagaba protección, no más inspectores de salubridad ni requerimientos de Hacienda. Son los controladores de la red de tráfico humano y secuestros más grande del planeta. Son los que ofrecen empleo bien pagado a millares de jóvenes de las pandillas de las zonas fronterizas. Son en una parte muy grande nuestro país, el nuevo Estado. Y un Estado que sustituye a otro Estado basado en el abuso, la corrupción. Un mecánico de banqueta en Chihuahua paga al narco 200 pesos a la semana por el uso de la acera, antes le pagaba de mordida 300 a la policía. Tal para cual. ¿Por qué habría de estar en la cárcel un capo si no lo está el que cometió un fraude electoral que robó a la nación su destino, ni lo está el que con su modesto salario de funcionario compró tres castillos en Francia? Mientras el Estado mexicano no pueda garantizar a sus ciudadanos una relación honesta no se puede librar una guerra contra el narco.
Imágenes. Unos niños en una foto en la primera página de La Jornada muestran un cartel que dice: Queridos Reyes Magos, no queremos la guerra de Calderón. Pero no basta con no quererla, hay que detenerla. Y eso significa, antes de otra cosa, resolver, entre otros, los ocho problemas que aquí se enuncian.
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Paco Ignacio Taibo II es un celebrado escritor, historiador y analista político mexicano.
La Jornada, 15 de enero de 2011
Consulta en:

martes, 18 de enero de 2011

Sobre el derecho a las armas en Estados Unidos

Amor a las armas

Mario Melgar Adalid
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Una de las contradicciones del sistema estadunidense es su pasión por el Estado de derecho (The Rule of Law) y su amor por las armas de fuego. La contradicción es sólo aparente. El uso de las armas forma parte de un derecho fundamental. Unas horas antes de que un desquiciado disparara en Tucson contra Gabrielle Giffords, diputada de Arizona, dejando un saldo de 17 entre muertos y heridos, un hombre irrumpía en una casa habitación a unos metros de mi morada, en San Antonio.
Al escuchar el ruido de la puerta de cristal rota, el propietario, hombre de 80 años, gritó qué pretendía el intruso. Éste no tuvo tiempo de responder porque un disparo de su esposa, certero, en la frente, lo dejó sin habla. El intruso cayó instantáneamente muerto. La mujer, de más de 60 años, se convirtió, con su vigilante actitud, en un ejemplo de la comunidad. Ni siquiera tuvo que atender interrogatorios ni acudir a la estación de policía. La comunidad la convirtió en heroína por conocer sus derechos, las leyes texanas y su buena puntería. Comprobó que a los intrusos que violan los límites de la propiedad se les puede disparar y hasta matar.
La Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos establece en una sacrosanta Cláusula: el derecho del pueblo a poseer y portar armas, mismo que el gobierno federal no puede infringir. Desde la adopción de la Enmienda se ha dado un debate. Dos grupos están enfrentados: Quienes están a favor de un control más estricto y quienes consideran que la Enmienda tuvo como objeto proteger un derecho individual con raíces históricas y que la libertad de tener y portar armas es irrestricta.
Durante su campaña, Barack Obama se comprometió a reglamentar la venta de armas. No obstante, el tema quedó relegado. Algo contrario a lo esperado, pues los estados han legislado para ampliar los derechos de uso, compra, venta y portación de armas.
El estado de Virginia, por ejemplo, aprobó una ley que autoriza portar armas en lugares donde se expenden bebidas alcohólicas, lo que es una aberración social. Además, se canceló la prohibición de comprar solamente un arma al mes. Eso precisamente en el estado de Virginia, donde ocurrió la masacre de 32 inocentes en el Tecnológico de Virginia. En Arizona, donde balearon a la diputada Giffords, y en Wyoming están considerando leyes que permitan portar armas sin permiso.
En Arizona mismo, el estado legisló para que los profesores puedan portar armas en las universidades donde enseñan. La diputada herida, que por cierto nos conoce bien, pues fue becaria de Fulbright en México, usa una pistola exactamente igual a la que le disparó y el juez federal asesinado había estado practicando tiro, unas horas antes de que practicaran con él como silueta. Los cazadores cazados.
El incidente de Tucson ha traído al debate la seguridad de los funcionarios públicos en Estados Unidos. En ese país se han dado veinte atentados en contra de presidentes, de los cuales cuatro han sido exitosos. Ataques a los integrantes del Congreso o a los jueces federales son más raros. Sólo se han dado cinco en contra de congresistas, incluido el reciente de Gabrielle Giffords, y dos de ellos fueron en un duelo en 1838. Se ha descartado que el ataque en Tucson haya sido un acto terrorista. Más bien, producto de la premeditación y ventaja de un “lobo solitario”, como se conoce a los que preparan atentados individualmente. Si hay un lobo solitario dispuesto a disparar, es muy difícil defenderse. Prueba de ello es el ataque en Fort Hood, en el que en el corazón de la fuerza militar, un lobito pudo matar a decenas de soldados altamente entrenados.
La administración de Obama olvidó sus promesas de campaña. Se había obligado a evitar que comerciantes sin registro en las exposiciones de armamento vendieran armas sin control. También ofreció prohibir la venta de armas de asalto y exigir a los estados rendir informes sobre las armas utilizadas en delitos. No obstante, el año pasado, para no vulnerar su popularidad amenazada, Obama autorizó leyes que permiten portar armas en parques nacionales y en el equipaje de los trenes. De las incontables peticiones de México, encabezadas por la del presidenteCalderón ante el Congreso y las de nuestros diplomáticos para que limiten la venta de armas que tanto nos afecta, Obama hace como que la Virgen le habla. Mientras tanto, en México siguen los muertos con armas que vienen del país donde hay amor… a las armas.
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Publicado en Excélsior
18 de enero de 2011